Focaccia de cebolla y romero

Adoro la focaccia. Siempre que voy a un restaurante italiano la pido; a veces, incluso, hasta para llevar. Me parece un plato tan simple y a la vez tan exquisito que nunca me canso de ella. Me gusta en especial la de cebolla, con ese toque jugoso y dulzón. Aunque la de olivas también tiene un punto genial. O la de tomatitos…

Durante mucho tiempo le he tenido respeto a hacerla en casa. No sé porqué, pero me parecía que sería complicado conseguir esa textura esponjosa que le da toda la gracia. Menos mal que decidí pornerme a ello, porque no puede haber cosa más fácil y deliciosa.

300 gramos harina de fuerza (y un poco más para enharinar)
3 gramos levadura seca (ó 6 gramos levadura fresca)
1/2 cucharadita sal marina
4 + 1 cucharadas aceite de oliva virgen extra
150 miligramos agua

1/4 cebolla
romero

Mezclar la harina con la levadura y la sal. Añadir 4 cucharadas de aceite de oliva y el agua a temperatura ambiente. Mezclar todo bien hasta lograr una masa uniforme. Tapar con un paño y dejar reposar en un lugar cálido durante 2 horas. Estirar la masa (yo lo hice directamente sobre el papel vegetal sobre el que lo iba a hornear, si no enharinar la superficie), aunque no demasiado fina (1 centímetro como mínimo de grosor) y marcar pequeños hoyos con los dedos. Repartir una cucharada de aceite de oliva por toda la superficie (con la mano o con un pincel), añadir ingredientes al gusto (en este caso, cebolla muy picada y romero) y presionarlos un poco para que se incrusten en la masa. Volver a cubrir con un trapo y dejar reposar otras dos horas. Precalentar el horno al máximo (250º C) y hornear durante unos 10 minutos, hasta que se empiece a dorar pero sin que llegue a tostarse. Cortar en trozos y servir caliente.